El nombre árabe significa “monasterio de la ciudad” y se debe a la existencia de un templo dedicado a Hator que se transformó en monasterio en la época copta.
Este pueblo fue fundado en la XVIII dinastía por Tutmosis I, como una comunidad de artesanos y trabajadores dedicados a la construcción y decoración de las tumbas reales. Originalmente se llamó Set Maat o Lugar de Verdad o de la regla.
El proceso de construcción de una tumba empezaba con la excavación, a la que le seguía el alisado de las paredes. En la superficie, los dibujantes trazaban una cuadrícula; se hacía un boceto que luego corregía el jefe de equipo; el escultor, con un cincel de bronce tallaba el relieve; y por último, el pintor daba color a la obra.
Su habilidad, muy valorada, se transmitía de padres a hijos y formaban grupos de trabajo en talleres y corporaciones, cuyos jefes tenían la categoría de grandes funcionarios del Estado. Respondían directamente ante el visir, que desempeñaba el papel de primer ministro del faraón.
Por otro lado, vivían aislados por la necesidad de guardar secreto sobre la situación de las tumbas y tenían un cuerpo especial de guardianes que vigilaba el pueblo y la necrópolis real.
El pueblo tenía durante el periodo de los ramésidas unos 400 habitantes. Estaba rodeado por un muro y existían unas 70 viviendas dentro del muro y otras 50 fuera de él. La estructura de estas viviendas era semejante y se componían de varias pequeñas habitaciones, una terraza y a veces un sótano.
Se alimentaban sobre todo de cereales y pescado, además de frutas, verduras, miel y a veces carne de ave. Estos alimentos eran repartidos en cantidades exactas como pago por sus servicios. La bebida tradicional era la cerveza, elaborada mediante la fermentación del grano.
Si se retrasaba la llegada de los alimentos, los trabajadores protestaban oficialmente, y si el problema no se resolvía, llegaban a organizar huelgas.
Los artesanos siguieron trabajando aquí hasta el final de la XX dinastía.
Las cámaras funerarias de las dos tumbas que visitamos son bastante pequeñas y se accede a ellas por escaleras muy estrechas, así que no son muy recomendables para claustrofóbicos. De hecho, una persona con claustrofobia de nuestro grupo bajó a la primera tumba y estuvo a punto de desmayarse allí.
Afortunadamente al final no pasó nada, pero a esta persona no le quedaron ganas de conocer la segunda tumba.