Entramos en la Rest House y nos tomamos nuestro té antes de contratar a Suleiman, el beduino que nos llevaría por el desierto en su 4x4.

No nos alejamos demasiado, cerca de la Rest House vimos el pozo de Lawrence, un manantial en la ladera de una colina un poco decepcionante (no es que fuera un lugar muy impactante). Por los alrededores había muchas inscripciones nabateas y otras escritas por los camelleros de la tribu thamud de Arabia Saudí.

También estuvimos en una estrecha garganta (siq) en el lado Norte de Yebel Khazali (otra colina del desierto), con tallas beduinas e inscripciones thamúdicas y kúficas en las rocas. Rubén llegó hasta un manantial que había en el fondo de la parte accesible de la gruta.

Pedimos a Suleiman (el chofer beduino) que nos llevara a alguno de los puentes naturales que hay por el desierto y valió la pena. El lugar era precioso y conseguimos llegar a la parte superior superando el vértigo. Le bajamos la cámara de vídeo y la de fotos a un francés que acabábamos de conocer, para que nos inmortalizara, pero no sabemos que hizo porque nuestra ascensión no aparece en ninguna imagen... Mala suerte...

Cuando bajamos de allí nos dirigimos a toda prisa para ver como el sol se ponía entre las montañas. Fueron unas vistas preciosas.

El desierto me encantó. Sabía que no era un desierto de arena como los que se ven en las películas, pero no me esperaba lo que vi. La arena es en muchos lugares rojiza y las montañas que hay (yebel) parece que están labradas por manos humanas. La arena y el viento les han ido dando esas formas de escultura moderna que tan bonitas son.

Me dio pena después no haberme llevado un poco de arena roja del desierto, pero cuando mi compañera Sonia estuvo por allí, se acordó de mí y me trajo un bote lleno de esa arena preciosa. Lo guardo como un tesoro.