No conseguíamos dar con el Palacio el-Badi, ni aún preguntando nos explicaban donde estaba. Sólo decían que estaba cerrado y que visitáramos el barrio judío o conociéramos la artesanía marroquí...
Parece que a los marroquíes no les gusta que los turistas visitemos museos, sólo quieren que compremos cosas. Ese mismo día algunos compañeros de viaje iban a ver el jardín Majorelle y desistieron porque les dijeron que estaba cerrado... cosa que no era cierta.
Pero bueno, a pesar de la poca ayuda que nos prestaron, por fin dimos con la entrada al palacio el-Badi. Lo malo es que ya era demasiado tarde y acababan de cerrar. De todos modos le pedimos a la persona de la taquilla que nos dejara asomarnos a echar un vistazo y cedió.
Este palacio lo mandó construir Ahmed el-Mansur, el mismo que está enterrado en el mausoleo de los Saadíes, después de su victoria en la batalla de los Tres Reyes y fue financiado por las compensaciones de guerra pagadas por los portugueses, el oro de Guinea y el azúcar de Sus.
Se trajeron artesanos de Europa, y materiales de África, Italia, Francia, España y La India. Se dice que el mármol de Carrara se cambió por el mismo peso en azúcar.
Disponía de 360 estancias alrededor del patio central con estanques y jardines.
A finales del siglo XVII Mulay Ismail, durante 10 años, se fue llevando todos los mármoles, ónices, oros, marfiles y piedras preciosas para adornar sus palacios de Meknes.
Por eso actualmente quedan sólo ruinas que aún se utilizan para el Festival Nacional del Folklore que se realiza todos los años en junio.
Nosotros sólo tuvimos la oportunidad de ver la entrada al palacio al que nos había costado tanto llegar.
Después de la frustración de haber llegado tarde para hacer la visita no nos quedaban fuerzas para esperar a que los museos abrieran de nuevo y decidimos volver al hotel a descansar del calor agotador.
La visita a Dar Si Said se quedará para nuestra próxima visita a Marrakech... si es que algún día volvemos.