Íbamos a conocer Siria y afortunadamente para nosotros, Imma había decidido acompañarnos.
Alquilamos dos taxis para que nos vinieran a buscar a casa de Imma y nos llevaran hasta el hotel en Damasco. Normalmente este tipo de taxis va de la estación de taxis de Amman hasta la de Damasco, pero nosotros pagamos algo más por los traslados de la casa de Imma al hotel en Damasco.
No estábamos acostumbrados a la manera de pensar árabe y hubo un montón de cosas que nos sorprendieron durante el viaje.
Los coches nos recogieron como estaba previsto. Teníamos que cambiar dinero y sólo se podía hacer antes de llegar a la frontera en alguna tienda. Pues bien, paramos, cambiamos y seguimos camino.
Un poco más adelante el conductor del taxi en el que íbamos Justo, Montse, Fernando y yo, paró en otra tienda.
Aunque en principio no lo sabíamos lo que hizo fue averiguar el cambio que daban en esta otra tienda. Cuando nuestro taxista salió estaba enfurecido. Por medio de señas y de alguna palabra suelta que conseguíamos entenderle, nos dijo que nos habían dado un mal cambio y que los de la primera tienda eran unos ladrones.
O sea, que podíamos haber sacado más dinero en el cambio. No es que eso nos alegrara, pero veíamos que ya no se podía hacer nada. Sin embargo, él no lo veía así y a pesar de nuestras protestas hizo que volviéramos a la tienda anterior para que nos devolvieran el dinero.
Para nuestra sorpresa efectivamente nos lo devolvieron y pudimos cambiarlo a mejor precio en la segunda tienda. Supongo que su manera de actuar tenía que ver con la importancia que dan a la hospitalidad. Quizá como nosotros estábamos con ellos, en cierto modo estábamos bajo su protección y no podían dejar que nos engañaran.
De todos modos por más explicaciones que nos dábamos seguíamos estando alucinados por su comportamiento.
Cruzamos la frontera sin problemas. Había que rellenar impresos y entregarlos con los pasaportes para que nos los sellaran, además de pagar las tasas. Todo fue un poco pesado pero dentro de la normalidad.
Al poco de cruzar a Siria, nuestro conductor se desvió de la carretera principal y entró en un barrio de no muy buena pinta. Nosotros no sabíamos que pensar ni que hacer. Vimos que el conductor preguntaba por alguien y seguía camino. Por fin volvimos a la carretera principal. Allí el taxista se paró de nuevo, saludó a alguien y nos dijo adiós. La otra persona se convirtió de repente en nuestro nuevo chofer.
Al principio no sabíamos qué decir. Nos mirábamos unos a otros, y, eso sí, empezamos a controlar las señales de la carretera para ver si este nuevo conductor nos llevaba a Damasco o a otro sitio.
Al menos vimos que íbamos en buena dirección y luego conseguimos alcanzar y adelantar al otro coche, así que nos quedamos más tranquilos.
Enseguida volvimos a parar en una tienda. Nos bajamos todos y nuestro conductor trajo unos paquetes (aparentemente tabaco) y los escondió detrás de nuestras maletas. Todo esto sin cortarse para nada. Hacía contrabando, (desde luego no hacía algo legal), ante nuestras narices como la cosa más normal del mundo.
Hasta llegar a Damasco no nos ocurrió nada más extraño. Al entrar en la ciudad, nuestro nuevo conductor se dirigió hacia la estación de taxis porque no estaba enterado de que el trato era que nos tenía que llevar al hotel. Cuando llegamos allí, le explicamos que tenía que llevarnos al hotel y así lo hizo. El otro taxista iba detrás de nosotros haciendo señas a nuestro coche de que ese no era el camino correcto, pero nuestro conductor no se dio cuenta.
Nuestro taxi era sirio, así que no tenía problemas en circular por Damasco, pero el segundo taxi era jordano y legalmente sólo podía pararse en la estación de taxis.
En cuanto los taxistas que estaban en la estación vieron que no paraba allí, no debieron tardar mucho en denunciarlo y enseguida lo paró la policía. Según nos contaron Imma y los demás, se querían llevar al chofer esposado. Imma, Rubén y Azucena estaban histéricos intentando convencer al policía de que la culpa no era del taxista sino de ellos, pero el policía seguía en sus trece. A todo esto estaban rodeados por un montón de curiosos lo que no hacía más relajada la situación. Por fin la cosa se solucionó cuando el taxista sobornó al policía y los chicos cogieron otro taxi para ir al hotel. Esperamos que el chofer llegara bien a su casa y no tuviera más percances.
No hubiera habido ningún problema si nuestro taxi hubiera conocido el trato y nos hubiera llevado directamente al hotel, sin pasar por la estación.
Mientras, Montse, Fernando, Justo y yo esperábamos en el hotel, sin saber nada de lo que les había pasado a los otros.
Cuando por fin llegaron, más bien alterados, quedamos con María, una amiga de Imma que trabaja en la delegación de la ONU en Damasco y que nos llevó a comer al barrio cristiano.
La primera impresión que tuvimos de Damasco fue la de una ciudad muy ruidosa, con cláxones sonando por todos lados y un poco destartalada, con muchas calles llenas de andamios y de obras. No era la fantástica ciudad de las mil y una noches que algunos de nosotros esperábamos encontrar, aunque poco a poco le fuimos cogiendo cariño.