La Mezquita Omeya fue construida por el 6° califa Omeya Al-Walid, sobre anteriores templos musulmanes y cristianos. Uno de sus tres minaretes es el de Jesús y se llama así porque según la tradición es allí donde aparecerá Jesús el día del juicio final.
La entrada da a un patio con suelo de mármol en el que hay una fuente en el centro y una estructura octogonal en una esquina que era donde se guardaban los fondos públicos. Dentro del oratorio está la tumba de San Juan el Bautista y el mihrab. Dentro del recinto de la Mezquita se encuentra el Mausoleo de Saladino.
Para entrar en la mezquita las mujeres teníamos que ponernos una especie de guardapolvos con capucha para no escandalizar a los musulmanes. Azucena, Imma y yo no lo llevamos demasiado mal, pero Montse no soportaba ese capuchón encima de ella, así que dio un vistazo rápido y se fue para poder quitarse el "hábito".
Nosotros dimos un paseo un poco más tranquilo y vimos a la gente arrodillada haciendo oración y a una especie de sacerdote hablando a un grupo de gente. Al parecer las mezquitas no sólo son lugares de culto, sino que también sirven como centro de reunión y de meditación.
Después de la mezquita vimos el Palacio de Azem. Funciona como museo de Arte y Tradiciones Populares de Siria y está construido con capas alternativas de basalto negro y piedra caliza. Tiene unos agradables y frescos jardines y las salas con instrumentos musicales, y antiguas ropas y objetos son interesantes.
Habíamos quedado con María y con Enrique, un amigo suyo y de Imma que trabajaba en la ONU del Líbano. Comimos todos juntos en un restaurante de menú que debía ser muy popular en Damasco. Era enorme y estaba lleno de hombres y mujeres árabes, o sea que no comimos con turistas sino con foráneos. Nos preguntábamos como se las apañarían las mujeres veladas para comer, pero no conseguimos averiguarlo.
Llevábamos comiendo y cenando comida árabe varios días. Estaba todo muy bueno pero empezábamos a cansarnos de comer siempre lo mismo.
Por la tarde vimos la Mezquita chiíta Saida Ruqqaya. Construida en honor del mártir Hussein de Kerbala (fundador de la rama chiíta de la religión musulmana). Es una construcción de 1985 hecha por Iraníes y en su estilo. Predomina el color azul, los adornos recargados de pequeños espejos y su cúpula en forma de cebolla. Aquí Montse se salió con la suya y no se puso el capuchón, aunque a la salida le dijeran que era una irrespetuosa.
Más tarde nos perdimos un poco por el zoco Hamadiyyeh. Es uno de los principales zocos cubiertos, empedrado con guijarros y dominado por el ruido de la multitud, los pregoneros y los comerciantes. La mayoría de las tiendas venden productos artesanales como grabados, piezas de latón y de cobre, joyas, vestimenta tradicional, seda y alfombras.
María se ponía nerviosa con nosotros porque nos parábamos a cada momento y veía que no nos iba a dar tiempo a ver todo lo que queríamos, pero la verdad es que merecía la pena ver todas esas callejas con gente vendiéndote desde ropa interior hasta libros del Corán. Lo bueno es que no son nada pesados, si no te veían interesados no insistían y eso se agradece.
A eso de las ocho nos separamos en dos grupos. Unos se fueron a ver la puesta de sol a una colina de Damasco y Azucena, Justo y yo nos fuimos de compras al barrio cristiano.
Las compras nos fueron bien. Lo peor fue al volver al hotel. No había muchos taxis y los que conseguíamos parar no entendían a donde queríamos ir. Lo mismo nos pasó con dos muchachos que se ofrecieron a ayudarnos y con un policía al que preguntamos. Ya pensábamos que nos tocaba volver andando cuando se me ocurrió buscar en la guía cómo se decía oficina de correos y hotel en árabe (nuestro hotel estaba al lado de la oficina principal de correos). Paramos un taxi y le dijimos maktab al barid y funduk sultán (=oficina de correos, hotel sultán) y nos entendió por fin, qué alivio. Una vez cerca de la oficina de correos ya pudimos indicarle al taxista por donde tenía que ir. Menos mal...
Los demás nos contaron que desde lo alto la vista de Damasco era espectacular. Nosotros no nos habíamos movido de la ciudad vieja y no habíamos apreciado la extensión de Damasco. Al parecer la ciudad era mucho más grande de lo que parecía.
Esa noche cenamos en otro restaurante árabe y probamos por fin el famoso narguile.
Al día siguiente nos tocaba salir hacia Palmira.