Después de visitar el templo volvimos hacia el mercado. Consistía en una calle no demasiado ancha y bastante larga, que tenía colgados entre un lado y otro una especie de telas o paños que la hacían estéticamente más bonita y que daban sombra, lo cual debe ser mucho más agradable para pasear en la temporada de calor.
Un lugareño se empeñó en enseñarnos un caravanseray (antigua posada de caravanas) que estaba al final de la calle del mercado y enfrente del templo.
Nos explicó en perfecto castellano que pensaba convertirlo en un café. Nos preguntaba: "¿a qué es una buena idea?", "¿a qué soy listo?", "¿a que voy a ganar mucho dinero?". Y sólo podíamos contestarle que sí, que el sitio era precioso, que era ideal para un café y que le deseábamos mucha suerte en su negocio.
Paulino y Marisa, los arquitectos, se fijaron en las vigas de madera del edificio e hicieron varias fotos de ellas. Para los profanos como yo, no tenían nada de particular, pero sí ellos estaban interesados, sería por algo...
Preguntamos a nuestro anfitrión dónde había aprendido español y nos contestó: "en la escuela de la vida". Realmente tiene mérito haber aprendido así un idioma, ¿no?.
Cuando acabamos de visitar el caravanseray, nuestro amigo nos acompañó a su tienda por si estábamos interesados en comprar algo. Vamos, lo normal en estas tierras. Primero te atraen de alguna manera a su terreno, y así luego pueden venderte alguna cosa. Nos contó entonces que prefería tratar con españoles porque siguen el juego del regateo. Sin embargo a un alemán por ejemplo se le da un precio y ese es el que paga. ¡Es mucho más aburrido!.
Y hubo quien picó en su tienda, aunque, gracias al regateo de Julia, resultó una buena compra. Bueno, de eso nunca se puede estar seguro por aquí...