Esta sala de las columnas pertenece a las épocas de Horemheb (XVIII dinastía), Seti I y Seti Ii (XIX dinastía). Mide 102 metros de ancho y 53 metros de largo y sus 134 columnas tienen 23 metros de altura.
Antiguamente tenía un techo de piedra, con un desnivel de 6 metros en el centro, que dejaba entrar la luz. En este eje central los capiteles de las columnas tienen forma de papiro abierto, mientras que la forma es de papiro cerrado en el resto de la sala.
Las decoraciones de las columnas son escenas de homenaje de los reyes de Tebas a los dioses y en sus partes más altas aún tienen restos de policromía.
No nos cansábamos de mirar las enormes columnas y sus preciosas decoraciones pero había que seguir visitando el templo, así que cruzamos el tercer pilono hecho en la época de Amenofis III, para ver un estrecho patio y un obelisco de la época de Tutmosis I que queda de los cuatro que aquí había. Tiene una altura de 23 metros y un peso de 143 toneladas.
En este patio se cortan los dos ejes principales del templo.
Pasamos un pilono más, el cuarto, construido por Tutmosis I, y en el patio que sigue vemos un obelisco de granito erigido por la reina Hatshepsut. Mide 30 metros de altura y pesa 200 toneladas. La reina extrajo este obelisco junto con otro que está actualmente tumbado, en sólo siete meses y le costó una gran cantidad de oro.
Tutmosis III quiso cuando subió al trono eliminar los obeliscos de Hatshepsut. Este primero no pudo derribarlo, así que construyó un muro a su alrededor para ocultarlo. Esto ha hecho que se haya conservado tan bien. El segundo de los obeliscos de Hatshepsut fue tumbado por Tutmosis III y se puede ver cerca del lago.
Para extraer los obeliscos de la roca, los canteros hacían ranuras para delimitar el bloque a extraer. En las ranuras introducían unas cuñas de madera que mojaban continuamente. Con la humedad, la madera se dilataba y agrietaba la roca, con lo que se acababa separando el bloque de la masa rocosa.
Para trasladar los bloques se aprovechaban las crecidas del Nilo y se transportaban sumergidos entre dos barcos, con lo que perdían más de la tercera parte de su peso.
Después, un obelisco se ponía en pie por medio de palancas y de arena en la que se iba apoyando.