De aquí continuamos por Derb Shuara para tomar Zenqat Blida hasta llegar a una cooperativa de alfombras en una antigua casa musulmana. Nos sentamos en el precioso patio de la casa, tomándonos un té y viendo las maravillosas alfombras que nos mostraban. La pena es que ninguno pensábamos comprar y nos quedamos un poco cortados. Eso sí, nadie nos puso mala cara y además nos llevaron a una pequeña sala en la que estaban dos chicas tejiendo alfombras.
Eso nos impresionó. Las chicas, muy amables nos mostraron como hacían los nudos e incluso nos animaron a probar a hacerlos nosotros. Justo y yo probamos y demostramos nuestra torpeza y aún así, la chica, con una amplia sonrisa nos aplaudió como si lo hubiéramos hecho bien.
Busqué por todos los lados el esquema de dibujos y colores que suponía que estaba siguiendo pero no había ninguno. Entonces le pregunté cómo sabía qué color tenía que elegir para cada nudo y me contestó que lo tenía en la cabeza. ¡Lo hacía de memoria!
Me pareció increíble, la alfombra que estaba tejiendo no era lisa y tenía un dibujo complicado. A mí con una plantilla me hubiera parecido muy difícil pero encima sin plantilla me parecía imposible. Sin embargo ella lo hacía con muchísima rapidez y sin pararse siquiera a pensarlo.
Debía hacer más de un nudo por segundo… Nos fuimos de allí admirados.
Y ya nos tocaba comer. Volvimos de nuevo por Rehbat Qais y torcimos a la derecha por Diwane hasta retomar la cuesta de la Talaa Kebira, que en este trozo se llama Attarine, y entramos en el restaurante Palais des Merinies. Precioso y lleno únicamente de turistas, como siempre.
En este restaurante también comimos ensalada y tajine, esta vez de pollo. Todo muy bueno.