Una de las noches que pasamos en El Cairo decidimos salir a cenar. Nuestro hotel era el Sheraton Cairo y para ir al centro teníamos que cruzar la isla de Gezira y llegar a la plaza Tahrir, dónde está el Museo Egipcio.
La cosa no fue tan sencilla, sobre todo por nuestro desconocimiento de las maneras cívicas del país. Al no haber prácticamente semáforos, cruzar una calle se convirtió en una aventura, sobre todo porque éramos un grupo de unos 15 y no podíamos cruzar todos juntos.
Al llegar a la plaza de Tahrir se complicó un poco más, porque cruzar una plaza enorme llena de tráfico es mucho más difícil... pero lo conseguimos.
Después de deliberar entre todos, decidimos cenar en el restaurante Felfela. Es, al parecer, bastante conocido en El Cairo y su decoración es muy curiosa. Parece la cueva de Alí Babá.
Nos dividimos en dos mesas. En una pidieron una especie de menú que tenía entrantes para untar como el tahini (de sésamo) o babaganoush (de berenjena); ensaladas de tomate y de queso; el plato principal de kebab (carne de cordero o pollo al grill); y el postre.
Pero los de mi mesa decidimos probar cosas diferentes, como los pichones (una de las especialidades de la casa) o el ful (plato típico hecho de judías pintas).
Salimos todos satisfechos. Bueno, no es verdad, Montse se arrepintió de haber pedido pichones porque imaginarse que se estaba comiendo una paloma pequeña no le pareció una buena idea después de haberla pedido...
Aunque era un buen paseo de vuelta al hotel, nos costó mucho menos que a la ida. Debió ser porque llevábamos el estómago lleno y empezábamos a adaptarnos a las costumbres egipcias.