Su nombre viene de un gran khan o posada que fue construido en 1830 por el emir Iaharks al-Khalili.
Se puede entrar a este mercado por la calle Sikka al-Badistan que está enfrente del minarete de la mezquita de Al-Hussein.
En la primera calle a la izquierda está el café Al-Fishaui, o “café de los helados”, que era lugar de encuentro a principios de siglo de artistas, escritores e intelectuales de El Cairo, entre ellos el premio Nóbel Naguib Mahfuz.
También se le llama café de los espejos y lo cierto es que era agradable sentarse allí a tomar un refresco (había uno buenísimo hecho de granada natural), un café, un té o a fumarse un narguile o pipa de agua.
El laberinto de callejuelas del mercado es a veces un poco estresante, con gente por todos lados ofreciéndote todo tipo de mercancías, pero no se le puede negar el colorido y la viveza que tiene.
Además una vez que te adaptas llega a ser divertido.
A parte de comprar regalos y de ver el ambiente, hubo un día que comimos en un restaurante que está en el mismo mercado, el Khan El-Khalili.
A pesar de que nos hicimos un poco de lío con los platos que habíamos pedido, la comida estuvo muy bien y el sitio era precioso.