Tal y como nos explicó nuestro guía Samir, los templos del antiguo Egipto tenían cuatro elementos indispensables: el pilono o fachada formado por dos torretas monumentales que impedían el acceso a intrusos y protegían el templo; el patio o peristilo al aire libre, donde se celebraban las ceremonias más solemnes a las que asistían algunos nobles; la sala hipóstila o de las columnas; y, por supuesto, el santuario o capilla, el lugar más sagrado del templo en el que sólo podían entrar el gran sacerdote y el faraón.
La estructura suele ser la misma en todos los templos. A medida que se avanza hacia el santuario, el techo se va haciendo más bajo, el suelo se va elevando, y las salas son cada vez más oscuras.
El conjunto era como una pequeña ciudad: los sacerdotes y las bailarinas sagradas realizaban los oficios religiosos; los carpinteros y ebanistas se encargaban del mantenimiento; los panaderos y cocineros preparaban las ofrendas; y la policía protegía el recinto.
Del templo dependía la Casa de la Vida, donde se definían y se ponían por escrito los rituales, se practicaba la medicina y la magia, y se enseñaba a los nuevos religiosos.
Respecto a las esculturas que representaban a los reyes, había dos únicas posturas cuando estaban de pie: una con los dos pies juntos y los brazos cruzados en el pecho, llamada osírica; y otra con el pie izquierdo adelantado y los brazos a lo largo del cuerpo.