Esta garganta, llamada por los árabes Biban el-Muluk o puerta de los reyes, está dominada por la “corona tebana”, una montaña con pico de forma piramidal, dónde se encuentra la necrópolis de los grandes soberanos egipcios de la XVIII a la XX dinastía.
No se sabe a ciencia cierta quién fue el primer rey que se hizo enterrar aquí, aunque lo más probable es que fuera Tutmosis I. Con esta decisión, se rompe una tradición que duraba 1700 años y se separa así la tumba, del templo funerario a orillas del río.
Con esto, se intentaba evitar el saqueo de las tumbas, cosa que sin embargo, no funcionó porque los robos continuaron sucediéndose.
Con la caída de la dinastía XX, los sacerdotes de Amón, para evitar la profanación de las momias, excavaron en la montaña un pozo de 12 metros, y enterraron allí 40 cuerpos de faraones.
El escondite duró unos 3.000 años hasta que, por casualidad, Ahmed Abd el Rasul, un saqueador de tumbas, lo encontró en 1875.
El paisaje es muy desértico, pero para mi tiene su encanto. Las piedras me siguen gustando mucho... y no sólo las preciosas.
Las tumbas siguen dos esquemas, las de la dinastía XVIII tenían una forma de ángulo recto y las de la dinastía XX eran rectas; y su decoración está extraída de varios libros mágicos con fórmulas que ayudaban a superar al rey las pruebas con las que alcanzar la inmortalidad.
El faraón, representado por el sol, tenía que atravesar las doce regiones infernales que corresponden a las 12 horas de la noche. En las tumbas no había ninguna representación de la vida cotidiana. Estos temas se reservaban para los templos funerarios a orillas del Nilo.
Aquí pudimos visitar 3 tumbas.