En un principio, este monte era refugio de ermitaños.
Dice una leyenda que cuando los ermitaños se quedaban sin comida encendían una hoguera, los lugareños la veían y enviaban un asno con los víveres. Una vez un lobo devoró al asno y dios le condenó a ser él el que transportara el alimento.
El culto al arcángel san Miguel estaba muy extendido en esta época. Una noche, en la villa de Avranches, cerca del promontorio, el obispo Aubert vio en sueños a san Miguel y este le ordenó consagrar Saint-Michel a su culto.
Esto ocurrió en el 708, pero al principio, el obispo no hizo caso de sus visiones. El arcángel no se rindió y no sólo se volvió a aparecer al obispo en dos ocasiones más (en la tercera san Miguel ¡hundió su dedo en el cráneo del obispo!), sino que realizó muchos milagros.
Por ejemplo, un toro que había sido robado, apareció tal y como había anunciado san Miguel, en la cima del Mont.
Por fin, el obispo Aubert cedió ante la insistencia de las apariciones y comenzó la construcción del santuario.
Sigue contando la leyenda, que la construcción fue muy sencilla debido a la ayuda divina, que apartaba o elevaba enormes rocas o descubría manantiales como la “fuente de Aubert”.
Durante las invasiones normandas, el santuario sufrió continuos saqueos, hasta que los normandos se convierten al cristianismo y deciden proteger los lugares sagrados.
En 966 se funda en Saint-Michel la abadía benedictina con 11 monjes llegados de Flandes.
Gracias a las donaciones de nobles y caballeros, la abadía se enriquece y se amplía. Es entonces cuando se construye la enorme iglesia en la cima del peñón, favorecida por el avance de las técnicas arquitectónicas.
Uno de los abades más importantes en la historia de Mont Saint-Michel es Robert de Thorigny, consejero de Enrique II Plantagenet, que era rey de Inglaterra y de parte de Francia.
También acogió en su monasterio al rey de Francia, Luis VII; al arzobispo de Rouen y a otras importantes personalidades.
El abad Robert también aumentó el número de monjes del monasterio; mejoró la biblioteca; y construyó su residencia y el albergue para los peregrinos que se hundió a principios del XIX.
Cada vez que ocurría un hecho positivo sin explicación racional se atribuía a la influencia de san Miguel como la cura de una ciega al mirar hacia el monte; el parto sin problemas de una mujer en medio de la subida de la marea; o la localización de los huesos del obispo Aubert que habían desaparecido.
En el siglo XIII se construye la Merveille o maravilla. Es el conjunto gótico que forman el claustro y el refectorio en el primer nivel; las salas de los huéspedes y de los caballeros en el segundo nivel; y la bodega y la capellanía en el tercer nivel. Se edifica gracias al oro que dona el rey Felipe Augusto de Francia, después de que Saint-Michel sea dañado durante su conquista.
Las piedras llegaban por barco, los canteros tallaban el granito y mediante rampas y cuerdas se izaban los materiales.
La maravilla se convirtió en el lugar en el que los monjes hacían su vida diaria: comer, rezar, meditar, copiar textos...
Durante la guerra de los 100 años, en 1415, Normandía cae en manos de los ingleses, para finalmente volver a Francia en 1450.
Pero Mont Saint-Michel sigue sufriendo conflictos y se sigue reforzando con muros y torres, y reconstruyendo las partes dañadas como la iglesia.
A comienzos del siglo XVI, con las guerras de religión, se convierte en una plaza que tanto protestantes como católicos quieren conquistar.
Poco a poco la vida en el monasterio se va degradando y los edificios se van arruinando. La abadía se convierte en prisión.
Por fin en 1874, el Mont se convierte en monumento histórico y se restaura.
Mont Saint-Michel sigue recibiendo peregrinos que visitan el santuario... aparte de turistas como nosotros, claro.