Después de pasar la puerta Avanzada, la del Bulevar y la del Rey entramos en el interior del Mont Saint-Michel, lleno de tiendas y restaurantes por todos lados.
Nosotros paramos en una creperie para comer y, con fuerzas renovadas, comenzamos a subir la cuesta y las escaleras que llevan al monasterio. Llegamos con la lengua fuera justo hasta la taquilla de entrada (¡encima hay que pagar!).
Pero como buenos turistas pagamos y recorrimos el enorme recinto.
Lo primero que se ve es la barbacana, una construcción con forma rectangular y almenada desde la que se defendían de los ataques en tantos conflictos que ha sufrido la abadía. Detrás está el Châtelet, el castillito, con dos preciosas torretas que flanquean su entrada.
Todo tiene una función defensiva, desde las torres y almenas hasta las escaleras de acceso (Grand Degré), que sirven de foso entre dos muros. Desde aquí se ven pasajes suspendidos que unen los edificios de la abadía con la iglesia.
Enseguida llegamos hasta la iglesia abacial que empezó a construirse en el siglo XI pero ha sufrido muchas reformas a lo largo del tiempo. El campanario actual está coronado por una flecha gótica, réplica de la de Notre-Dame de París a la que se ha añadido una estatua de san Miguel.
La fachada de la iglesia es muy austera pero su interior románico lleno de preciosos arcos y con tanta luz vale la pena visitarla. Además el precioso coro gótico de los siglos XV y XVI, contrasta con la nave gótica dando una sensación de altura y ligereza.
De la iglesia pasamos a La Merveille, la zona puramente gótica de la abadía, construida en el siglo XIII.
En su primer nivel, el mismo que la iglesia, está el precioso claustro donde los monjes paseaban, meditaban y conversaban. También se lavaban antes de comer en el lavatorium y el abad celebraba la ceremonia del lavado de pies. Desde aquí hay vistas del mar y de la costa.
También en el primer nivel de la Merveille está el refectorio, el lugar donde los monjes comían en silencio mientras uno de ellos leía textos sagrados. Al parecer la acústica es excelente.
En el nivel intermedio, debajo del refectorio, está la sala de los Huéspedes, que servía para recibir a los visitantes ricos, quienes comían en este lugar con el abad.
Salimos momentáneamente de la Merveille para visitar la cripta de las Gruesas Columnas del siglo XV que está debajo del coro de la iglesia para sostenerlo; y la cripta de San Martín (siglo XI), que funciona como cimiento del lado sur del crucero.Rodeando la iglesia por sus criptas y tomando la escalera norte-sur, llegamos hasta el paseo cubierto de los monjes, del siglo XII, cuyas columnas son un antecedente del gótico. Posiblemente se usara como claustro en la época románica.
Volvimos a entrar en la Merveille por la sala de los Caballeros donde estaba el “calefactorio” (el sistema de calefacción de la época) y el lugar de copia e ilustración de manuscritos o “scriptorium”. Está justo debajo del claustro y lo sostiene.
Aún hay otro nivel inferior en la Merveille dónde está la capellanía que funciona actualmente como tienda de recuerdos aunque en el pasado se recibía aquí a los pobres y a los peregrinos. Bueno, en realidad no ha cambiado mucho de función, ¿no?.
Al pasar de unas salas a otras y de unos niveles a otros a veces es difícil saber donde estás. Para hacerse una idea, hay que tener claro que la iglesia está en la cima de un peñón con forma piramidal, sostenida en su centro por el propio peñón y en el resto de su base por las criptas y salas que están debajo apoyadas en el monte.
La Merveille, con sus tres niveles, está al lado de la iglesia, apoyada en la pendiente de la roca en un alarde de maestría arquitectónica.
Realmente, tanto la abadía como las casas del pueblo valen la pena una visita. Todo el conjunto merece el nombre de “Maravilla”.