Antes de la visita hay una exposición sobre el hipogeo y se ve un vídeo introductorio. Está en varios idiomas, pero no en español, aunque se entiende bastante bien.
Nuestro guía era un señor muy simpático que, aunque hablaba casi todo el tiempo en inglés, intentaba meter alguna palabra o frase en los idiomas de los que asistíamos a la visita. O sea, a parte del inglés, hablaba algo en alemán y algo en castellano.
Yo le debí de caer simpática porque siempre me colocaba en los primeros lugares para que pudiera verlo todo bien. A mí me llamaba la “dama”, y a Justo le llamaba el “caballero”, (pero no “caballo”, como dijo bromeando).
Hay salas muy curiosas, una de ellas es la sala del oráculo en la que nuestro guía nos hizo probar el sonido hipnótico que debía oírse en tiempos antiguos. Así que, obedeciéndole, empezamos a pronunciar algo así como ommmm, ommmmm, ommmm para poder percibir el eco misterioso que producía la sala.
Nuestro guía no dejaba de repetir, “y esto lo construyeron hace 5.000 años...”, para hacernos ver la complejidad y la dificultad de la obra en una época tan antigua.
Realmente es algo increíble que excavaran esas salas, escaleras, pasillos, tumbas..., y lo decoraran todo sin disponer siquiera de metal para hacerlo.
No es como las pirámides, pero casi casi...
Después de la interesante visita dimos un último paseo por Paola, el barrio en el que está el hipogeo y volvimos al hipogeo, donde teníamos aparcado el coche para preguntar por el camino hacia Marsaxlokk. Entré yo sola y enseguida vi a nuestro guía, que me preguntó inmediatamente, “¿dónde está el caballero?”. Justo entró al momento y ya se quedó más tranquilo. Nos indicó la manera de llegar a nuestro destino y nos despedimos de él dándole las gracias por todo.
