Saliendo de la ciudad amurallada de Mdina por la puerta Griega, entramos en la ciudad de Rabat. El nombre de rabat viene del árabe y significa arrabal, la parte de la ciudad que está fuera de las murallas.
Entramos en Rabat por la calle San Pawl, pasando antes por el Museo Romano de Antigüedades que se construyó en 1920 para mostrar los restos encontrados de una casa romana con su patio y su suelo de mosaico, junto con otros objetos de periodo romano.
Siguiendo la calle San Pawl se llega a la iglesia del mismo nombre, construida en 1675. Pasada la plaza de la iglesia se llega a las catacumbas de San Pablo y andando unos metros más están las catacumbas de Santa Ágata. Estas últimas al parecer son las más interesantes porque conservan pinturas. Desafortunadamente estaban cerradas y tuvimos que conformarnos con visitar las de San Pablo.
La verdad es que nos impresionó lo grandes que eran. Parecía un laberinto de tumbas que la verdad a veces daba un poco de claustrofobia, con sus escaleritas y sus pasillos estrechos. Con la compra de la entrada te entregan un aparato que te va contando la historia de las catacumbas y explicando cada uno de los sectores. La pena es que no lo había en castellano y en inglés yo no entendía muchas de las cosas que decía, así que al final prescindimos del “chisme” e hicimos visita libre.
Después de las catacumbas entramos a comer en el restaurante The Gusmara Navarra. A Justo le gustó lo de “Navarra” y la verdad que el sitio estaba bien. Tenía un precioso patio decorado con una virgen parecida a la de Fátima (no sabemos si lo era) y la comida estuvo rica.
Esta vez Justo escogió el plato típico de conejo, y yo comí pulpo hecho de una manera muy diferente a la que estamos acostumbrados. Era guisado y estaba muy bueno.
Luego paramos en un bar a tomar un café y un trozo de tarta. Por cierto, las tartas maltesas están ricas, ricas...
