La ciudad antigua dispone de 40 km. de murallas en tres recintos, el primero bajo para la caballería, el segundo más alto impedía la entrada de los corredores de pólvora y el tercero aún más alto detenía a los que hubieran podido pasar los otros dos.
Lo primero que vimos de Meknes (también llamada Mekinez) fue el aspecto que tenía desde lejos con sus murallas, con las torres de las mezquitas destacando y las casas en distintos tonos ocres.
Parecía una ciudad bonita, aunque El Arbi nos avisó de que casi todo era moderno porque los franceses habían tirado buena parte de la ciudad.
Se veía en la parte central un edificio blanco que era el convento de las monjas franciscanas. Son las que realizan los bordados típicos de Meknes.
Paramos a ver la puerta Bab El-Jemis, que es la entrada principal de la ciudad y del mel-lah (barrio judío), enmarcada por dos torres y decorada en colores azules y verdes.
El barrio judío se estableció aquí en agradecimiento de Mulay Ismail a un médico judío que había curado a una princesa. Actualmente, a la derecha de la puerta se sitúa el nuevo barrio judío del siglo XX.
Desde aquí seguimos hasta el estanque del Agdal con sus 4 Ha de agua que pertenece también a la época de Mulay Ismail. Se abastecía por medio de canalizaciones de unos 25 km. de largo y servía para regar los jardines reales y, en tiempos de guerra, como reserva para los habitantes de la ciudad.
Cerca del estanque están los graneros Heri es-Suani que almacenaban las reservas alimenticias de la ciudad, además del heno y el grano para los 12.000 caballos de Mulay Ismail. Sus muros tienen un espesor de 7 m. y se mantenían frescos gracias a una red de canalizaciones subterráneas de agua alimentadas con norias.
Estos enormes graneros garantizaban la resistencia ante cualquier asedio, aunque durara... ¡20 años!, cosa que, afortunadamente, no llegó a pasar.
Quisimos ver los famosos graneros, pero resultó que estaban cerrados por obras. Una pena.
Desde aquí volvimos a montar en autobús para pasar por Dar el-Majzen, el palacio real, del que vimos poco. Únicamente los cinturones de murallas que lo protegían.