Desde esta zona volvimos a coger nuestro autobús. y nuestro conductor Enzo nos llevó hasta Monreale, a 8 km al suroeste de Palermo. Su nombre recuerda que este lugar era patrimonio personal de los reyes de Sicilia que lo usaban como reserva de caza.
La leyenda dice que el rey descansaba en este lugar durante una partida de caza y se le apareció en sueños la virgen para indicarle el lugar donde Guillermo I había enterrado sus tesoros. Con estas supuestas riquezas se construyó la catedral.
En realidad Guillermo II, quiso demostrar su poder construyendo en 1172 esta grandiosa obra y así oponerse al arzobispo Walter of the Mill que había fundado la catedral de Palermo.
Su interior totalmente decorado con mosaicos dorados es maravilloso, no supimos decir si nos gustaban más estos mosaicos o los de la capilla Palatina, pero el claustro, con preciosas columnas labradas y todas diferentes unas de otras nos encantó aún más.
Después de la visita buscamos un sitio para comer. María, nuestra guía, nos había hablado del “arancino”, una especie de croquetas de arroz rellenas de carne que tenía muy buena pinta, y nos había recomendado un restaurante donde probarlo. Lástima que no conseguimos encontrarlo y al final tuvimos que conformarnos con comer una pizza en un restaurante de la plaza de la catedral. Bueno, tampoco estuvo tan mal...
Bajando hacia el autobús vimos a María tomarse una especie de macedonia de frutas en un puesto de la calle y nos dio envidia. La verdad es que estaba buenísima y la fruta estaba muy fresquita y muy rica.